Pequeña gran batalla

Peter Ritcher fue un capitán Británico que participó en la primera guerra mundial, hijo menor de 5 hermanos, le gustaba mucho investigar cosas y cuestionar, le sacaba mucha información a las personas, las exponía y así causó problemas entre sus hermanos, razón por la cual fue excluido por ellos mismos, y obligado a ingresar al colegio militar, ahí se destacó por su capacidad de evadir situaciones peligrosas, tenía estrategia de paciencia y análisis profundo, motivo que lo hizo ascender velozmente hasta convertirse en capitán, tuvo tropas a sus mandos con promedios de treinta hombres, pues esto le favorecía en su forma sigilosa y paciente de combatir.

Ganó muchas de las batallas más importantes que disputó, pero cayó ante las tropas directas de Enver Bajá, tras sufrir un revés en el plan de Safghan y ser emboscado junto con sus guerreros, aunque él logró salvarse. Trabajó por meses en su estrategia maestra, el plan de Compiègne, en el cual se hizo pasar como soldado rival y debilitó a los oponentes estropeándoles sus estrategias de manera interna, dejando débil una de las contenciones más importantes del imperio alemán, permitiendo a sus tropas aliadas ingresar directamente en la base rival más poderosa, siendo esta una razón más para conseguir el tratado de Versalles.

Cuando la guerra terminó, Ritcher creyó que regresaría a su rutina, levantarse a las 4 a.m. para ir a trotar, regresar por un almuerzo ligero, entrenar en el gimnasio una hora, después dos horas más de entrenamiento en campo, ayudarle a sus compañeros a contrabandear cartas para sus familias y finalmente pasar toda la tarde haciendo guardia en algún lugar de la ciudad para finalmente regresar a cenar, bañarse y dormir, pero cual fue la sorpresa al leer el telegrama enviado desde la capital. –“La guerra ha terminado y la paz ha triunfado, en este año los Aliados vencimos a los Imperios centrales, en una colosal, dolorosa y costosa batalla, perdimos miles de valientes hombres que no podremos recuperar, pero en honor a ellos es nuestra obligación comportarnos a la altura y valorar sus muertes, amanecemos con un nuevo cielo, con un futuro nuevo, pero nuestro, con familias llorando y sangre aun bajando, pero sin perder la fuerza que nos mantiene de pie, listos para recibir el mañana, rogamos continuar con esta heroica hazaña y colaborar en el rescate por los daños que aún no se extinguen. Una satisfacción enorme inunda a esta patria y con una convicción sobrante se agradece a todos aquellos que colaboraron en esta causa”-. Un mensaje, que comenzaba pintando una sonrisa de nostalgia, causada por aquellos compañeros que amaban sonreír y que lo hicieron todo el tiempo hasta antes de morir en esa guerra, después, regresar al presente, no habría rutina en este entonces, pues había que ayudar con el caos que remodelaba la ciudad de manera horrenda.

Al día siguiente Ritcher veía los escombros cubrir toda superficie de Somme, un trabajo que parecía interminable, ayudar a retirar todo, el día terminó, pero parecía que todo había quedado igual que en la mañana, en fin, ahora podría descansar. A la mañana próxima llegó al mismo lugar y empezó en donde se había quedado anteriormente, pasaron las horas y con ellas las energías y las fuerzas, pero finalmente llegó la hora de almorzar, fue y se sentó en una barda partida y se puso a comer, cuando de pronto vio pasar a su lado a una mujer hermosa con ojos ligeramente amarronados, de cabello umbrío puro y perfecto, y con un aroma indescriptible que le devolvía lo perdido a sus ideas. Ella se sentó unos cuantos pasos enseguida de él, se quitó el casco de seguridad que traía y lo colocó a un lado, de su bolsa sacó un pan y un frasco de mermelada, al otro lado, Ritcher veía la manera tan delicada con la que ella saboreaba su merienda, quiso ir a hablarle, pero no pudo ¿Qué le diría? ¿Que está preciosa y que incluso un analista como él no entendía? Sería ridículo, de cualquier manera, ella ya se había ido.

Ritcher regresó al campo militar con un vacío inexplicable, peleó una guerra de catástrofe mundial, pero no se había sentido así, no podía cenar, no podía hablar, no podía pensar en otra cosa que no fuera esa chica, así que se decidió y armó su plan perfecto, iba a llevar al día siguiente pan para desayunar, pero no iba a llevar mermelada, así le podría pedir a ella un poco de la suya y de esa forma rompería el hielo, no podía fallar. En el otro día, antes de que el gallo cantara, Ritcher se levantó como relámpago, llegó al lugar antes que nadie y rápido se puso a trabajar mirando por todos lados para ubicar a esa mujer, pero no la vio, se preocupó, pero guardó un poco de esperanza, llegó la hora del almuerzo, y temeroso se fue a sentar al mismo lugar, tenía una decepción inmensa a punto de estallar, pero volteó a su derecha, y su cuerpo se ahogó de nervios y alegría, era la misma mujer que venía al mismo lugar, el plan iba bien, pero… hubo un problema, ella estaba aún más hermosa que ayer, así iba a ser imposible, y ahora tenía solo un pan seco para comer, en fin, tomó esa pieza y se la llevó a la boca, pero antes de morderla escuchó -¿No quieres mermelada para tu pan?- desconcertado giró la cabeza para confirmar la procedencia de la voz -¡Si!, por favor- Dijo con algo de vergüenza, ella se levantó, tomó sus cosas y se sentó al lado de él -Toma- Le dijo a la vez que le entregaba el frasco -Gracias- Respondió, -¿Estás ayudando aquí con los escombros?- Le preguntó -Si, si, bueno, soy militar, terminó la guerra, me mandaron para acá jaja- Le respondió Ritcher -Woow eres militar ¿Que clase eres, que hacías?- Preguntó ella sorprendida -Pues, soy capitán, especialista en táctica y estrategia, dirigí algunos grupos en la guerra, y, pues ya, creo- Dijo él -¿En serio? Tan joven y eres capitán, wow, debes ser muy bueno- Comentó asombrada -Bueno, no lo sé, hay algunas cosas que no entiendo- Respondió él -Bueno pero dirigiste tropas en la guerra, yo solo hago de comer y tejo ropa, me gusta leer pero no tengo ningún logro grande- Comentó triste -Yo tampoco lo tengo- Agregó Ritcher mientras veía su cabello -Pues vamos a ver capitán, que tanta estrategia tiene- Dijo la chica mientras sacaba de su bolso un pequeño tablero de ajedrez -No sé jugar ajedrez-, -No te preocupes, ahorita te enseño-. Ritcher se pasó toda la tarde jugando ajedrez con ella, su nombre era… muy lindo, y ahora sería la palabra que lo iba a despertar todos los días.

A partir de ahí se sentaban juntos a almorzar y a jugar ajedrez, aunque ella ganaba siempre, por la tarde la llevaba a su casa y ella le ofrecía de cenar, un día el tuvo un evento por parte del ejército y la invitó, se diseñaron sus vestimentas en una tarde larga y divertida, comentando de todos los temas que existen e inventándose otros más, por fin Ritcher le ganó una partida de ajedrez, y ella no paraba de reír, mientras él pensaba en la falta que le hacía conocer a alguien así, finalmente fueron al evento esa noche, bailaron juntos, a él no le importaba que ella lo pisara mucho, y a ella, que el trajera el suéter al revés.

Muy temprano por la mañana alguien llamó a la puerta de Ritcher, abrió y vio una carreta, un hombre bajó de ella, le estrechó la mano y le dijo que había sido ascendido para coordinar la guardia real, que se vistiera con lo primero que encontrara y que subiera a la carreta, no debía empacar pues allá le darían todo, el pidió poder irse a despedir de su amada pero se lo negaron, el tiempo apremiaba, pidió al menos poder escribirle una carta -Solo puede escribir diez líneas, termina la línea diez, y se va esa carta- Le dijo aquel hombre, Ritcher accedió y comenzó a escribir la carta dejando en cada línea expuesta la alegría y felicidad de él por haberla conocido, por ese aroma único y la primera vez que la vio, le dijo los motivos por los cuales se iba pero no alcanzó a decirle que por fin había descubierto lo que no entendía, bajó para escribir el renglón once y le arrebataron la hoja, -Es todo, vámonos- Le ordenó el hombre, se fueron y en todo el camino Ritcher se fue mirando a la nada, sintió algo en la bolsa de su pantalón y se revisó, una dama de ajedrez, con la que tuvo su primer victoria, el último juego que tendrían, y el no lo sabía, mientras en su casa ella lloraba con cada línea que leía, para ver al final un trazo interrumpido en esa hoja arrugada.

19 años después Ritcher regresó a Somme, el lugar está muy diferente, Ritcher deambula por las calles recordando a su amada con esperanzas mediocres de verla, y con una prisa persiguiéndole, pues había peligro de que la segunda guerra mundial estallara, pero el tenía una misión, si no la volvía ver, debía al menos saber que fue de ella, duró horas preguntando pero nadie le supo dar respuesta, al final fue a esa barda donde solían ir a almorzar, ahí vio a una mujer sentada observando a la nada, ella volteó y lo vio, sin decir una palabra corrieron a abrazarse, Ritcher entendía muchas cosas, él llegó a ser un joven fuerte y con mucha energía, y ella, llegó a ser la mujer más linda para él, el tiempo pasó considerablemente, el ya no era el hombre más fuerte, pero ella seguía siendo la mujer más linda.