La moneda de oro

Había una vez un pequeño pueblo escondido en un desierto lejano, ahí vivía un niño, al que le gustaba jugar con la arena, como era el único niño del pueblo debía jugar solo, un día mientras jugaba encontró un pequeño gusanito, atorado entre dos piedras, el gusanito le habló – Ayúdame por favor, estoy atorado y no puedo salir – El niño le respondió – Te voy a ayudar, pero prométeme que vas a jugar conmigo cuando salgas – El gusanito accedió y el niño lo liberó, una vez libre le agradeció y después le preguntó – ¿Y qué es jugar? – El niño se sorprendió de que el gusanito no sabía que era eso – ¿Nunca has jugado? – Le preguntó – No, creo que no, siempre que me pasa algo y necesito ayuda, la gente solo me pide una de estas – El gusanito apareció un bolso lleno de monedas de oro y se lo mostró al niño – ¿Y qué son esas cosas? – Preguntó el niño – No sé muy bien, pero creo que es lo mejor que puede tener un humano – Respondió el gusanito – Si no las conoces puedo darte una como agradecimiento en lugar de jugar – El niño se puso a pensar y curioso accedió – Mmm, está bien – El gusanito le dio una moneda de oro y se fue despidiéndose.

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El niño se fue con la moneda y se puso a observarla detenidamente – ¿Para qué servirá? – Se preguntaba, no podía ser un escudo, una disco para deslizarse, un frisbee, un sombrero, ni nada, era demasiado pequeño, pero según el gusanito todos los humanos lo querían, a menos que, eso debía ser ¡El gusanito lo había engañado! El niño se molestó mucho y se fue a su casa, una vez ahí le preguntó a su papá – Papá ¿Sabes si los gusanitos son mentirosos? – El padre no le hizo mucho caso, pues estaba ocupado leyendo el periódico, por lo que le respondió simplemente que sí mientras seguía leyendo, el niño se sentía triste, se fue a dormir pensando que el gusanito le había mentido y que además no quiso jugar con él.

Al día siguiente el niño se levantó y fue a caminar por el pueblo intentando descubrir algo sobre ese objeto dorado, en su camino se topó con un señor que vendía quesos – Buenos días quesero – Le saludó el niño – Buenos días amiguito – Respondió – ¿Qué traes en tu mano? – Dijo mientras veía un objeto brilloso en la mano del niño – No lo sé, intento averiguar para que sirve – Dijo el niño mientras levantaba la moneda para comparar su forma con lo que había a su alrededor – Pues no es algo muy útil, si quieres te puedo cambiar todos estos quesos por eso que tienes – Propuso el quesero – Pero, ¿Qué haría yo con tantos quesos? No gracias – Dijo el niño y se fue caminando. El niño se la pasó toda la tarde rechazando propuestas de intercambios, leche, pan, fruta, madera, pero nada de eso le interesaba, incluso se sintió estresado por tener a tantas personas persiguiéndolo, no sabía por qué todos querían ese objeto, pero era aburrido. Al final decidió ir a buscar al gusanito al lugar donde lo salvó.

Cuando llegó al sitió comenzó a gritar – ¡Gusanito! ¿Dónde estás? – El gusanito apareció por detrás de unas rocas saludando al niño – Hola amigo ¿Cómo te fue con tu moneda? – El niño algo molesto le respondió – Me engañaste, esto no es lo mejor que puede tener un humano, es aburrido, y todos lo quieren, incluso tuve que correr porque muchas personas me perseguían – El gusanito se puso triste de escuchar eso – Vaya, entonces todo este tiempo solo he afectado a la gente que me ayuda, ¡Y yo pensando que les agradecía! – El niño notó la tristeza del gusanito y pensó que jugar le serviría – Mira qué tal si te devuelvo la moneda y ahora si jugamos – El gusanito aceptó, el niño le devolvió la moneda de oro y le explico lo que es jugar, ambos tuvieron una tarde muy divertida y feliz y el gusanito notó en el niño una sonrisa muy parecida a la que habían tenido las personas a las que antes les había dado una moneda, en realidad si las había ayudado.

Moraleja: No existe un tesoro universal, pues cada quien puede tener uno especial.