Cuando llegaron al hospital, Lorenzo y su esposa Raquel se dirigieron a urgencias, mientras que Genaro se fue a la habitación de Constantino para platicarle sobre la muñeca, pero cuando llegó, éste tenía a la muñeca abrazada y le acomodaba el cabello –No puede ser, ¿Cómo llegó aquí?– Preguntó Genaro exaltado –Gracias por traer a mi nena Genaro, ya me platicó que le compraste un chocolate, y dice que quiere ver al bebé de tus vecinos cuando nazca– Genaro no creía lo que pasaba, eran demasiadas cosas para una simple coincidencia o imaginación suya –Voy al baño– Dijo nervioso mientras se alejaba, Constantino se veía muy tranquilo con esa muñeca, ¿Sería acaso una mala broma? Pero no quería saber nada de eso, debía tranquilizarse y pensar con claridad, mientras salía del hospital se cruzó con Lizbeth –Hola Genaro– Le saludó de forma alegre –¡Hola Lizbeth, que sorpresa! Creí estabas fuera de la ciudad – Dijo Genaro sorprendido –Si, estaba fuera, pero porque fui a buscar ayuda, justo acabo de regresar y vengo a ver Constantino– Platicó Lizbeth –Pues parece que está bien, ya tiene humor de nuevo para hacer bromas– Respondió Genaro nervioso –¿Qué te hizo ahora?– Preguntó Lizbeth sonriendo –Pues me dio una muñeca para llevármela a mi casa y la cambiaba de lugar, no sé como le hizo o quién le ayudó– Lizbeth se puso repentinamente seria y asustada –Oye, y por cierto, ¿Qué tipo de ayuda fuiste a buscar?– Preguntó Genaro, pero Lizbeth ya no se quedó a platicar y se fue corriendo a buscar a Constantino, Genaro se puso pálido y mareado al pensar que eso no había sido una broma, se tambaleaba, pero hizo su esfuerzo para seguir a Lizbeth.
Ambos llegaron a la habitación de Constantino –¿Dónde está Sofía?– Preguntó Lizbeth alterada, Genaro escuchó el nombre y lleno de pánico confirmó lo que estaba pasando –Ya se fue, va a ver al bebé de Lorenzo y Raquel– Dijo Constantino sin preocupación alguna, Genaro no aguantó más y cayó desmayado. Horas después se despertó, estaba en una cama en el hospital, al lado suyo estaba Lizbeth hablándole –Despierta, Genaro, ¿Qué pasó en tu casa?– Al despertarse Genaro ignoró lo que Lizbeth decía y en cambió preguntó sobre lo que le había pasado, solamente se había desmayado y lo recostaron en esa camilla, enseguida un doctor entró y lo dejó irse –Lizbeth, necesito que me expliques lo que está pasando– Dijo molesto y frustrado –Bueno, te cuento… Cuando perdimos a nuestra bebé la pasamos muy mal, más Constantino, no comía, no platicaba ni hacía nada, yo no tenía fuerza ni ánimos tampoco, Sofía era una muñeca que ya le había comprado a nuestra hija, Constantino no sabía, y con todo el dolor que teníamos decidí ir con una especie de bruja en otro pueblo, ella nos pondría el espíritu de nuestra hija en la muñeca, pero quien está ahí no es mi hija –Genaro estaba asustado y confundido, no podía juzgar, pues se imaginaba el dolor que habrían sufrido –¿Y qué hay que hacer ahora?– Preguntó –Debemos ir por Sofia y liberarla leyéndole un escrito que tengo en mi bolsa, enseguida hay que clavarle este amuleto en el pecho– Dijo mientras levantaba una pequeña piedra azul.
Los dos se fueron a investigar el lugar donde estaban Lorenzo y Raquel, cuando llegaron a la habitación ya no estaban los nuevos padres, solo quedaba Sofia al pie de la cama destendida, en ese momento una enfermera entró a la habitación, ella les confirmó que ya se habían ido a su casa, pues increíblemente Raquel se sentía demasiado bien y quería descansar en su hogar, Lizbeth y Genaro se sentían aliviados, pues Sofía estaba ahí y no tenía nadie a quién pudiera hacerle daño, así que la tomaron y se fueron en el auto de Lizbeth a la casa de Genaro para hacer el ritual de liberación de ese espíritu, durante todo el camino Genaro llevaba a Sofia alzada entre sus brazos, pero la sentía diferente, no había ese peso ni ese estorbo que él recordaba, no quiso darle importancia, quizás ya se había acostumbrado a esa energía.
Una vez que llegaron se fueron a la cocina y dejaron a Sofia sobre la mesa, Lizbeth leyó cuidadosamente ese texto, nada extraño parecía suceder, todo iba saliendo muy bien, al concluir la lectura, Genaro tomó el amuleto con su mano derecha, la elevó y la dejó caer con todo su peso y fuerza sobre el pecho de la muñeca, aquello había llegado a su fin, era demasiado tranquilo, extrañamente tranquilo, pues según las instrucciones de aquella cortante bruja, eso debió haber sido un gran reto y con un final notorio, así que por falta de convencimiento decidieron repetirlo, se cambiaron las tareas y lo leyeron en diferentes velocidades, pero todo seguía igual, esperaban que ese hubiera sido el final definitivo y salieron. Ya estando afuera se despidieron, Lizbeth iría al hospital para ver a Constantino y Genaro intentaría dormir un poco, cuando Lizbeth se fue Constantino decidió ir con los vecinos para visitarlos y ver al bebé, después seguiría con sus planes, tocó la puerta y le abrió Lorenzo –Hola vecino ¿Ya se te fue el susto?– Genaro se río –Si si, ya está todo bajo control– Lorenzo regresó devolvió una sonrisa alegre –Pues pasa vecino– Genaro entró a la casa, en la sala estaba Raquel en un sofá cubierta de cobijas y con su bebé al lado –Deberías estar en tu cuarto Raquel– Sugirió Genaro –Es lo que le dije, pero no quiere, y como es la que más ha trabajado en estas últimas horas ella decide que hacer– Dijo Lorenzo bromeando, Raquel se rio mientras hacía movimientos negatorios con la cabeza –Mejor ayúdame a pararme para ir al baño– Le dijo Raquel a Lorenzo –¿Puedes quedarte con la bebé un rato Genaro?– Le preguntó –Claro vecina– Respondió Genaro, Lorenzo alzó a la bebé y se la dio a Genaro, después acompaño a Raquel y se fueron, Genaro empezó a hacerle ruidos graciosos a la bebé para intentarla hacer reír, después con voz apapachadora le preguntó –¿Cómo está la bebé?– Inesperadamente recibió una respuesta de una voz aguda –Te extrañé, ¿Me compras un caramelo?–.